Erótico, erótica, erotismo... No importa cómo lo busques, ya lo encontraste.

martes, enero 31, 2006

Estar así...


... también puede ser muy provocativo.

******flor de regalote pa mi compadrote*******














jueves, enero 26, 2006

Mujer bajo el agua

Yo dije en mi perfil que para mi no hay nada mejor que una buena y bella mujer en el agua....

miércoles, enero 25, 2006

Lo que entiendo por sensualidad en los animales

La explicación al título está en que la Princesa P me estaba recién pelando cacbles sobre la sensualidad en los animales... y por más que se esforzó (la loka es esforzada) y domina hartas palabras y conceptos, no entendí su punto. para mi es así:





Esta por rica y exquisita no más (y porque duerme igual que alguien...)

martes, enero 24, 2006

Slave to love

Siempre me llamó la atención esta canción, desde chica. Ahora más grande, ya sé qué es: opino que el nivel de sensualidad de esta canción es infinita, mucho más allá del texto, la música... el modo en que canta-susurra... uf!


Tell her I'll be waiting
In the usual place
With the tired and weary
There's no escape
To need a woman
You've got to know
How the strong get weak
And the rich get poor
You're running with me
Don't touch the ground
We're restless hearted
Not the chained and bound
The sky is burning
A sea of flame
Though your world is changing
I will be the same
The storm is breaking
Or so it seems
We're too young to reason
Too grown up to dream
Now spring is turning
Your face to mine
I can hear your laughter
I can see your smile
No I can't escape
I'm a slave to love

domingo, enero 22, 2006

Erotismo en Bertoni

Cómo conseguir chicas. Bertoni es tal vez el poeta chileno más lascivo de nuestro frágil presente. Pero es una lujuria en cierto modo zen: el deseo como un camino a la iluminación. Un paisaje. Una forma de contemplación.
Escribir sobre Bertoni y las mujeres es hablar de un territorio inmenso, irresoluto. “Vivir es ver mujeres” dice uno de los poemas de Jóvenes Buenas Mozas y en cierto modo sintetiza el espíritu del voyeur, una suerte de coleccionismo de momentos, de imáganes, de flashes anhelantes que sólo es posible en la fotografía y la literatura.
Y Bertoni, es fotógrafo y poeta. Y las dos cosas – el mecanismo de escribir con la luz, o sea con la nada, con pedazos del vacío y el mecanismo de escribir desde la mentira, la falsedad, el fingimiento – se intercalen.

Las fotos de Bertoni son poemas y sus poemas son fotos. Comparten la misma clase de concisión, el mismo tono desprotegido, la misma ansiedad devoradora del deseo. De este modo, no es accidental que el único punto de fuga, la única vía de escape de el demoledor Harakiri (aparte del poema final) sea la sección dedicada a las mujeres. O que, en cierto modo, en el catálogo de “Bertoni en el Museo” se cuelen en medio del erotismo casi transparente de sus desnudos algunas gotas de humor o desolación: la toma del Capitán Cavernícola blandiendo una maza en la tele debajo del pubis de la mujer desnuda; o el autorretrato del final, que no parece importar demasiado pero que le da sentido al libro si uno lo lee intentando leer sus tramas secretas.
Ahí, sentado en su pieza, Bertoni se fotografía en blanco y negro, diez, quince años después de que ha sacado las fotos su modelo/novia. Las fotos están a color, predominan los rojos, predomina las superficies naranjas, los culos perfectos, las imágenes de vientres como planicies a conquistar o conquistadas.
En el autorretrato está lo contrario: el paso del tiempo, el vacío y la ausencia. Es el agujero que el mismo libro propone, la soledad que viene después del coito. Es demoledora esa foto de Bertoni porque aparece a la intemperie, solo, esperando algo que no llega. Contemplando desde el otro lado – el del que saca la foto, el de un presente en b/n frente a un pasado a colores – está Bertoni. Y no es un fenómeno azaroso, porque ese mecanismo es una pequeña trampa o cita que aparece en el texto y lo revierte todo, casi como un final sorpresa o como un clímax que hace subir y bajar al lector por los meandros del texto, que también está en “Harakiri” y en “Sentado en la cuneta”. Y no es un mal truco, porque en el fondo lo que hace Bertoni es darnos la vía de escape para sus textos, hacernos apreciar los movimientos que realiza para salvarse y salvar de paso al lector. O sea: un in crescendo que se corta o explota y se lanza al vacío.
De ahí el gusto de Bertoni, la cita de la que nadie se ha hecho cargo, en su gusto por el soul. Porque en cierto modo es fácil intentar explicaciones desde la teoría posmo finisecular, establecer ficciones desde el campo del arte o desde la crítica literaria pura y dura. Pero es ese gusto por la música negra lo que ata todo lo demás.
Así, basta pensar en Bertoni como uno piensa en “The Comminments”, la banda y los protagonistas de esa vieja película de Alan Parker sobre una banda de soul irlandesa que vive y muere en el suburbio pero que se comprende a sí misma como negros: el lugar más bajo de la cadena de producción, los habitantes de la miseria del hombre – esa de la Gonzalo Rojas tanto parlotea –, el guetto como un espacio físico intercambiable, como patria común.

En la cuneta. Porque en el fondo se trata de una cuestión de soul. O de funk. Bertoni como el verdadero padre funk de la cultura letrada nacional. Un autor que en cierta medida se ilumina con el olor o el perfume de los dedos que han visitado el sexo femenino. En ese contexto, el erotismo que Bertoni promueve es un erotismo negro, una sexualidad soul, melómana que linda con la epifanía. No deja de ser un mérito. Bertoni supera en eso a Parra –para quien el sexo es un chiste o una broma, Parra más como Woody Allen y menos como Larry Flint – porque en el terreno de la exhibición erótica prefiere el candor al cinismo, la esperanza a la intelectualización. Los poemas de Bertoni se vuelven en ese punto tan diáfanos que llegan a esconder todos sus trucos para no hacerlos aparecer jamás.
Basta pensar en “Sentado en la cuneta”: un viejo racconto del barrio – su Brooklyn paraticular – donde una larga lista de conocidos se encadena en la memoria. Ahí, Bertoni recuerda de manera evanescente y nocturna una larga galería de personajes pero también sugiere un modo de hacer memoria: escribir sobre lo mínimo, sobre el rumor y la soledad, como si se hablara de un pasado al que es imposible de volver jamás. Es en cierta medida una canción soul, a pesar de que cite directamente a Doris Day. Un poemario sobre el lamento, los dardos del recuerdo lanzados sobre las habitaciones vacías que en la mente o en el poema aún aparecen llenas, pobladas y vivas. Por supuesto, es un recuerdo sin compasión. Descarnado.
“Sentado en la cuneta” hace el camino inverso a la obra beatnik, promueve al poema como una nota al pie antes que un atletismo redentor y configura una obra suburbana donde no importa el viaje o el aprendizaje sino las señales de la memoria como caminos o faro que permitan recordar un mundo perdido. Ese mundo, por supuesto, es una canción, es música: a ratos un lamento, a ratos un síncope, a ratos lírico, casi siempre terrestre.
Objeto soul, “Sentado en la cuneta” propone zonas que se desmarcan del camino conceptual de la poesía chilena y se interna en cronismo cansado de una época perdida. Bertoni recuerda: recuerda los escenarios felices y los juegos de la crueldad, recuerda los cuerpos y quienes los poseyeron, recuerda los rincones y los jardines. Es en cierto modo un mundo anterior a la cultura letrada, pretérito del universo de la poesía.
La memoria como un relato discontinuo, extraño, un laberinto que Bertoni desenreda casi como si no lo quisiera, al vuelo, preocupado en el fondo de otras cosas. Pero el poder del recuerdo le pega en la cara, es casi insoportable y vívido. Intenso en una densidad que sólo es posible si el texto deja de hacer efectos especiales y se sumerge en la zona muda de las imágenes que están a punto de perderse. O sea: leo “Sentado en la cuneta” y comprendo el universo de Bertoni más que con cualquier otro libro. Es su momento Motown, su Atlantic City. Es esa misma zona donde Sam Cooke canta o James Brown salta. Donde Tina aún no se ha separado de Ike. Es el final de los cincuenta y ahí reina una estática que la literatura chilena jamás ha narrado con demasiada eficacia: el mundo de la esquina, el mundo donde la ciudad es imposible de comprender y la vista se encarga de descifrar a partir de lo mínimo, de las señales de tiza en el suelo, los pelotazos y el polvo y las marcas de auto y todos los detalles inútiles que la memoria puede abordar, detalles imbéciles o nimios pero que en cuyo interior radica el fondo de las cosas.

Lo mejor que he visto hoy

Bien natural

viernes, enero 20, 2006

Así se siente imaginar estar con él

El día es lo que menos importa. Pero estamos en la playa y se nota en todo, en el silencio, en la forma en que uno es cerca del mar: más libre, más tranquilo, más con el que quiere estar. Sucede a veces sólo de recordar. Casi siempre es pensar y concentrarme. Bien quieta. Imagino que así el juego es más entretenido. Ni respiro para no darte pistas, y así, conocerte bien certeramente en estas lides. A ver si das con el camino, medir un poco – si me permites- la manera en que buscarías darme el placer que prometes dar. Te mido para aumentar mi placer, porque algo me dice que no te sería difícil que así sea. Eso parece que va contigo. Y lo sabes.
También me concentro en sentir una caricia tuya en mis brazos, espalda, estómago (no me gusta la palabra vientre), tus besos en mi cuello, en mi boca y los que te voy a pedir en mi oído y mi respiración se agita y siento algo así como gratas cosquillas, estremecimiento. Y nos movemos despacito, de a poquito, y jugamos a que siga así un buen rato, haciéndonos los locos y cada cual de repente decide que hay que girar y así nos mantenemos otros instantes más, que nunca son eternos. Porque nunca es eterno el tiempo contigo. Quiero que mis piernas sean más largas aún para que puedas divertirte y gozar más de lo que más te gusta de mí.
Quiero sostenerte y abrazarte muy fuerte y sentir cada uno de los pelos de tu pecho y espalda y brazos y piernas y si traspiras, tanto mejor, así sale más el aroma que tienes y que está aquí, siempre conmigo. Y sigo siguiéndote poquito a poco, lento, como me gusta. Así es que te sigo. Y lo que haces es usar tu lengua en mis piernas, que, dices, es lo que más te gusta, curiosamente. De inmediato siento que mi cadera se eleva… y juego a que me rindo y a que no y te voy marcando con pequeños gestos y actos que vas bien, que va todo bien y lo que mas quiero es mirarte. Y al rato ya no aguanto mucho más y dejo que me penetres y todo lo que sentía antes, todo ese placer, esa confusión que no me deja decidir que quiero más en ese minuto, qué parte de ti quiero tocar más, qué parte de mi quiero tocar más y no sé, quiero verte, mirarte, ver cómo tienes tus ojos, y tal como esperaba mi orgasmo es lo mismo que instantes de inconciencia deliciosa que una espera en ese juego de dolor-placer.
Y después nos dormimos, abrazados, off course.

Un beso más o menos así

Y esa vez la gente que estaba alrededor de ellos, debió haberlos visto más o menos como los protagonistas se vieron. El resto debía estar sintiendo más o menos los mismos aromas, el mismo ruido, los mismos sonidos, quizás emociones, también venían de un día más o menos parecido, iban hacia sitios similares, iban a hacer lo que, por lo general, se hace a esa hora y quizás vieron –los que se ubicaban a la derecha de la pareja- una imagen más o menos así:

Pero es que aun cuando las historias de la gente no distan mucho de las de todos, hay particularidades que son significativas y hacen a cada una especie de universo paralelo y, por tanto, único e irrepetible. Así es que, aunque era el mismo sitio, aroma, sonidos, para los protagonistas, que es lo que en este cuento importa, la sensación era más o menos así: Yo sé cuál era la música, el sabor de los labios, el aroma, el tacto, las sensaciones en cada particular parte del cuerpo -y de los dos- y la cómo es el rostro del otro. El beso. Sé también cómo ella empezó a sentir algo embriagante en la piel, de la timidez, del infantilismo nervioso que la estaba atrapando desde que notó que había algo en el cada vez más pequeño espacio que había entre él y ella. ¡Es que era tan inesperado el camino que estaba tomando todo!.

Y sé bien que no se arrepiente de no frenar ni las miradas, ni las sonrisas que se le salían naturalmente, de responder las del, ni de dejar las manos, menos de buscar las del.
Y claro, sé de qué se habló rápidamente, tratando de atrapar tiempo, mucho tiempo: de miedos, secretos, sueños, logros, cansancio. Todo de verdad sucedía. Es raro –dijo- que entre todo lo mucho que pasaba, y que recuerda, no recuerda cómo ni por qué, minuto a minuto, el espacio, el aire, era menor. Y ya después no había. Pero sí tiene hoy y a su entero antojo, la imagen de cómo han de verse los labios de los dos cuando el beso es inminente, aun si no están juntos. Y es más o menos así: